martes, 18 de octubre de 2011

Yo tenía un blog, pero luego tuve tuiter.

Yo tenía un blog. De hecho, tengo dos. Pero del otro no hay que hablar, porque este se pone bastante agresivo, y así todo vale madre. En este en el que ahora escribo, gustaba de quejarme de un trabajo de mierda que solía tener. Ahora, no lo hago tanto. Varias cosas pasaron: cambié de trabajo por uno que es "mejor" (¿qué chingados quiere decir eso?), y tengo muchas más cosas que hacer en él (¿será eso "mejor"?), y me obsesioné con tuiter.

Tuiter, esa caja infinita de quejas, de obsesiones malsanas disfrazadas de followers y following, esa arma de una revolución que surge de las mismas condiciones y con las mismas herramientas que crean la dominación. Tuiter, intercambio inmediato de frustraciones y deseos, de información y creación, de risa e indignación. Qué curiosa red, tan peculiar herramienta, que está matando mis entradas sustanciales en este espacio sin lógica aparente ni método infalible. Tuiteo y no blogueo, y en el camino invento verbos que nadie viene a corregir.

En fin. Besos.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Horas nalga

Antes, pensaba que las horas nalgas eran inherentes al trabajo particular que desempeñaba. Inocentemente creí que cambiando de trabajo, la nalga descansaría. ¡Iluso yo! Hoy, me doy cuenta que la hora nalga es inherente al trabajo en sí, o al menos a la forma actual del mismo.

¿Por qué tener horarios más flexibles, limitando así la pérdida forzada de tiempo en pláticas de la consistencia de la gelatina y los apretujones del metro, parece una locura? La respuesta, lamentablemente, no la tengo. Lo que si, es que diario tengo que chutarme a mi amorosa vecina de cubículo, una secretaría, hablarle con dulcísima voz a su hija, preguntándole por su desayuno de quesadillas, sus pocas ganas de ir a la escuela y otras cosas que, si bien son hermosas, a mi no me interesan ni un poquito.

Dicen por ahí que debería ponerme a leer, a pensar, a escribir, y así lo hago. Lo que me pregunto es por qué no puedo hacerlo afuera, donde hay sol y bullicio, o bibliotecas vacías que me esperan. Para mi, esto de estar 8-10 horas en la misma silla, a largos ratos sin hacer nada productivo, es una verdadera estupidez.

miércoles, 27 de julio de 2011

Monstruos en la oficina

El primer día no escuché nada extraño. Seguramente la emoción me distrajo, o acaso la expectativa de los Otros los mantuvo en silencio. El segundo día, no escuché nada. La oficina quedo muerta mucho más temprano que otros días. El tercer día, algo pasó.

Eran las 18:20 cuando algo me sacó de mis rutinas. Un ruido extraño, espectral, provenía de la oficina de al lado. Guardé silencio. Después de unos minutos, lo volví a escuchar. Una risa que parecía a ratos convertirse en lamento, otras en sed de venganza. Me levanté, y me acerqué a la salida de mi cúbiculo.

A esta hora, las secretarias se han ido, acaso intuyendo algo. Hacia los lados del pasillo que mi oficina remata, no había nadie. Di con cuidado la vuelta. El infernal sonido volvió a sacudir mis entrañas. Aguanté el impulso de dar la vuelta y correr. Seguí caminando.

Al dar la vuelta por el pasillo, en la oficina del Director, lo vi. Era él mismo, riéndose. De frente no parecía tan atemorizante, era más bien rídiculo.

lunes, 18 de julio de 2011

De vuelta

He vuelto a trabajar, percibiendo un salario fijo, que no voy a decirles, bola de chismosos. La primera observación: me duelen las nalgas.

Sigo reportando.

lunes, 27 de junio de 2011

Suspensión

Este blog queda suspendido hasta nuevo salario. Mientras tanto, síganme en:
http://thecoss.wordpress.com

miércoles, 15 de junio de 2011

El último día (de este salario)

Como bien dicen, no hay plazo que no se cumpla ni fecha que no llegue. Hoy, salgo por la puerta delantera de esta institución educativa de la que tanto me harté. Las cosas, en realidad, no estaban tan mal; el problema era que no pasaba nada.

Espero cambiar las horas-nalga por algo más productivo. Quiero lograr algo para mi y no para un judío desconocido, que lucra con nosotros, que nos venimos a sentar por largas, y aparentemente interminables horas, frente a una computadora; si me voy a joder la vista, que por lo menos se refleje en mi conocimiento y mi bolsillo.

Me voy recordando a la chica que venía buscando al artista plástico de las bubis y las pompis, o a la gente que está segura que la imprenta se inventó después de que cayera el Muro de Berlín: joyas contemporáneas de la idiotez. Me quedo con mis compañeros, que están aquí chingándole para salir adelante. Me quedo con el aprendizaje. Me llevo las anécdotas, que espero contar pronto, cuando tenga que mezclarme con mis nuevos amiguitos asalariados. Porque eso si, renuncio, pero sigo pagando cuentas, rentas y gustos.

Al final, trabajar es una forma de darle sentido a la vida, por lo demás carente de él. El problema real es cuando dejamos que ese sentido sea impuesto por algún capitalista anónimo, por algún jefe obtuso o por nuestra propia indecisión. ¡A seguir!

miércoles, 8 de junio de 2011

No hay que regalarse

Estuve "conversando" con mi buen amigo, EDR, quien fue compañero mío en esta no tan H. Institución y hoy labora en la muy ilustre UNAM. Las cosas en los dos lugares son básicamente las mismas: trabajamos para alguien más.

Esto puede parecer, y seguramente lo hará, algo normal, algo común, lo que pasa. La cosa es que no todos buscamos esto (y me atrevo a decir que pocos lo hacen). EDR decía que la cuestión es no regalarse.

¿Regalar qué?

Regalar esfuerzo, trabajo y tiempo (mucho tiempo) a gente que puede o no utilizar esto, que puede o no ser otro empleado, pero que definitivamente no son nosotros. Gente que lucra de alguna forma u otra con la situación en la cual estamos inmersos, la de ser asalariado.

Creo que todos buscamos ser nuestros propios jefes, y a menudo la respuesta a este deseo es un lacónico "está cabrón". Seguro, está cabrón, pero me parece que es mucho peor la chinga de trabajar en algo que no te satisface, que no te llena y en donde no puedes explotar tus habilidades al máximo.

¿Cómo no regalarse?

No sé, sigo buscando. Les reporto.

lunes, 2 de mayo de 2011

No hay dinero, dicen.

El viernes pasado corría un rumor por la oficina: no había dinero para pagarnos. Sin eterme en los particulares de quién dijo qué y cuántos miles de pesos faltaban, la cosa se veía difícil. Ese día, más tarde, tendríamos una junta. Yo iba dispuesto a quejarme, organizar a mis compañeros y parar la escuela si era necesario, todo con tal de que respetaran el tan famoso contrato de trabajo.

Al final, no fue necesario. En la misma junta nos fue dicha "la verdad": la nómina se pagaría, aunque había sido difícil. Nos pidieron mesura en los gastos, paciencia en las adquisiciones. Nos dijeron, sin palabras: ni se les ocurra pedir un aumento.

Hoy, lunes, llegué para encontrarme que están colocando al menos una docena de plasmas para una exposición. Me entero, también, que una empleada de alto rango aquí gana en una quincena lo que yo en seis meses por concepto de asesorías: yo nunca la he visto en clase. El asunto no parece ser que no alcance del dinero, sino que los empleados estamos en de últimos en la lista de prioridades de esta empresa. Qué otra cosa podría esperar, cuando la directora general de una escuela dice, con austriaco acento: recuerden que aquí todo se trata del dinero.

jueves, 14 de abril de 2011

El discreto placer de renunciar

Hace dos semanas supe que tenía un par de exámenes en la Secretaría de Energía. No es secreto para nadie que he estado buscando trabajo desde el día que comencé con este. Mis búsquedas, eso si, siempre habían sido limitadas, tibias. Estaban destinadas al fracaso desde el inicio. Esta vez, las cosas eran distintas. No sé si es mi hartazgo, mi desesperación, mi voluntad o todo junto, pero he decidido hacer que las cosas cambien.

Paso 1: avisar, sinceramente, porque llegaría tarde. Paso 2: aún desconocido.

Llegué, armado de Verdad, con mi jefa. Le dije, seco: "Mañana tengo un par de exámenes en la Secretaría de Energía, y tengo que llegar tarde."

Me miró desconcertada, su mandíbula se endureció, su piel blanca se volvió rosa claro, no llegó a rojo. "Pues entonces creo que aquí se termina la relación laboral, ¿no?", respondió, sin piedad.

Lo que yo dije no lo esperaba ella, ni yo, ni ningún supuesto tercero en escena: "Bueno, creo que es lo justo, pero mejor esperamos al viernes (15), para que me paguen la quincena completa; tengo muchos gastos.".

Apenas pronuncié las palabras y sentí una liberación. El ambiente pasó de tenso a relajado, fluido, libre. Aflojé las piernas. Me estiré en el asiento. Recuperé la opinión propia. Dije lo que pensaba. Maticé las partes duras y endurecí las partes blandas. Todo bien. Sentía ganas de gritar, brincar, sonreir, cantar, destapar una chela en sustitución de la champagne. No se pudo. Mi desparpajo sustituyó todo en mi breve pero satisfactoria reunión de renuncia.

Al final, no me fui el 15 de abril. Sigo aquí. La idea es llegar hasta el 15 de junio, terminar el semestre en paz. Todos contentos.

Todavía no tengo otro trabajo, pero estoy buscando. Es hora de un buen cambio.

lunes, 11 de abril de 2011

Twitter y la pretención

Si un país fuera medido por sus Trending Topics de Twitter, México quedaría catalogado como una nación de ignorantes pretenciosos. Hoy, 11 de abril, encontré uno que me parece particularmente indicativo de cómo funciona la mente del clasemediero promedio nacional: #eresdeclasebaja.

Sí, podría resultar indignante. También podría resultar irrelevante. La realidad es que es patético. No sólo exponiendo un profundo desconocimiento de lo que la palabra "clase" unida a "baja" significa, sino asumiendo una posición de inexplicable superioridad, una gran cantidad de mexicanos repiten sin cesar algo que les hace sentir superiores.

¿Podemos culparlos, culparnos? ¿No hemos sido educados permanentemente para repetir? La escuela se basa en memorizar y repetir, la televisión es una sucesión eterna de refritos sin imaginación, las pláticas de sobremesa son la oportunidad perfecta para mostrar qué tan buen borrego se es. ¿Por qué podría sorprenderme Twitter?

Internet, con todas las herramientas que ha desarrollado en su dinámica, es potencialmente creativo. Los teóricos dicen que ahí podrían suceder explosiones democráticas. Egipto y Túnez fueron dos ejemplos breves de organización esporádica a través de redes sociales. En nuestro país, azotado por la violencia, la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades, lo mejor que se nos ocurre es "señalar" a la gente de clase baja. Consuelo de tontos, felicidad de ignorantes.

Si México fuera medido por sus contenidos en redes sociales, tendríamos una imagen bastante certera de su realidad (al menos para el sector social que representa). Es un país de ignorantes, de mentalidad colonizada, que proyecta inconsciente su inferioridad en la discriminación racial y socioeconómica que ejecuta a diario. Sólo en México los nacos existen, sólo un imaginario colectivo afectado por el profundo trauma de la colonización y la servidumbre podría vivir con ello.

Los culpables, se ríen. Los responsables no twittean esas cosas. Emilio Azcárraga no maneja siquiera su cuenta. A Ricardo Salinas Pliego no le interesa saber qué pasa si fuera de clase baja. Su negocio es otro. El lucro mediante la idiotización colectiva no es una idea que provenga de una teoría de la conspiración sin fundamentos, es real.

Pero la ignorancia, la repetición, el ciego seguir a las masas, no son destino, sino elección. Elige apagar la tele, elige pensar por ti mismo, elige informarte. Elige hablar, opinar, pensar, criticar, y, a partir de ahí, construir. Acepta las consecuencias de tus decisiones.

miércoles, 6 de abril de 2011

Vivo

Sí, estoy vivo y luchando.

Del hartazgo a la acción

Hace 5 años este país se vio inmerso en una encrucijada política. Unas elecciones obscuras y polémicas llevaron a una toma de posesión evasiva, casi temerosa. El recién ungido presidente de México, Felipe Calderón, no mostró nada nuevo. Desarrolló el mismo discurso maniqueo que había utilizado en toda su campaña. La política era mostrada como una cuestión de buenos contra malos, de peligros para México, de enemigos perversos y que, por lo tanto habían de ser derrotados.

Hoy ya no puedo recordar todo lo que ha sucedido. En 5 años pasé de ser un joven estudiante, a desempleado, a subempleado, a simplemente empleado. Ante mis ojos han ido sumándose agravios contra este país, han ido diluyéndose las ya endebles esperanzas de un futuro, cualquiera que este sea.

En medio de toda esta desesperanza del porvenir, de toda inseguridad sobre el devenir, se coloca la omnipresencia de la muerte. No solamente en lo retórico vemos las cosas fenecer; también los cadáveres adornan fúnebres las calles, las portadas de los diarios, los horarios estelares en la televisión. La sangre se seca en el pavimento y nuestra mente pierde la capacidad de indignarse, de conmoverse, de exigir un alto a este violento circo rutinario de la muerte.

En un país agobiado por las balas y los cuchillos que transgreden toda piel, el inmovilismo sorprende. No ha bastado la pauperización constante, la hipoteca del futuro colectivo en préstamos del Fondo Monetario Internacional y la apropiación monopólica de los bienes comunes para despertar a una población sedada. Hasta hoy, la violencia se ha sumado a los agravios que han sido inflingidos, a la tragedia de la cotidianeidad del mexicano.

Los jóvenes no estamos exentos de ello. En el lugar en el cual las esperanzas del futuro suelen colocarse, parece no existir siquiera la voluntad del presente. Se vive en un estado comatoso, se deambula por la vida como si las cosas nos sucedieran, sin reconocer el poder de moldear –crear- la realidad que vivimos. Los jóvenes, despolitizados y apáticos, discuten ampliamente la televisión, la música pop, la vida de los otros, aquellos entronizados por los medios masivos de comunicación y el aparato ideológico del espectáculo.

Otras discusiones son necesarias y posibles, y así suceden. Amplios sectores sociales observan los conflictos de este país y trabajan por un cambio. Sin embargo, toda alteración del status quo representa una amenaza para los poderosos. En un endeble equilibrio, que se sostiene con propaganda y violencia generalizada, todo movimiento puede ser el que desencadene la caída de un régimen que no responde a nadie más que a sí mismo. Los que se mueven, proponen, critican y actúan se convierten, inexorablemente, en parte del problema. Los que no tienen esperanza, los que deliran con la conspiración, los que no son capaces de construir un México idéntico a través de placebos ideológicos como Iniciativa México.


Los medios masivos buscan decirnos qué saber, qué pensar, cómo y cuándo hacerlo. En aras de tal control firman acuerdos que no se pueden cumplir. Se autocensuran y pretenden hacernos creer que es por nuestro bien, como si necesitáramos de su magnánimo cuidado, de su inmaculada percepción de la moral y las buenas costumbres para conducirnos con rectitud en las vidas que ellos ya gobiernan, controlan y dominan con su poderío económico y político.

Con retórica soez, pero constante, nos dicen que todo marcha bien, que nos recuperamos en lo económico, que mejoramos en lo social, que florecemos en lo cultural. Nos dicen, idiotas, que la violencia es culpa de los violentos. Dividen nuestra realidad en buenos y malos, como si la bondad y la maldad no fueran valores creados, situaciones impuestas, conceptos vacíos que buscar ser llenados a través de un proceso de constante ideologización.

Ocultan (o pretenden ocultar) la realidad. Pero lo que es evidente no puede ser negado por siempre. No pueden impedirnos saber que este gobierno no es nuestro, que sus intereses no son los nuestros, que, aún dentro de la magnífica diversidad de México, los gobernantes no le representan, no le comprenden. La invisibilidad de los muertos, hambrientos, desempleados; su trivialización, su conversión en estadísticas y datos sin nombres les dan paz de mente y libertad de lucro.

Hay humanidad detrás de todo esto. Mejor. Hay una deshumanización detrás de todo esto. Sí, es verdad que vivimos, sufrimos y tememos constantemente por una guerra que no hemos pedido. Es cierto también que son los Estados Unidos quienes defienden su interés con nuestros muertos, con nuestra sangre, con nuestra cotidiana paranoia. Es verdadero que nuestros gobernantes son sus lacayos, serviles funcionarios, gerentes del poder global, administradores de su bonanza y nuestra miseria, de su vida y nuestra muerte. Pero es más cierto que cada muerto tiene nombre y apellido, madre y padre, hijos, hermanos, amigos. Es cierto que todos somos uno, que este agravio contra la vida es uno contra nuestra vida.

Hoy pareciera que nos hemos comenzado a mover. La valentía de un padre en duelo, su dolor innombrable, el asesinato de su espíritu, acontecido al mismo tiempo que el biológico perpetrado a su hijo, ha conseguido no sólo conmovernos, sino movernos. A Javier Sicilia respondemos hoy, pero también a Juan Francisco, y a todos los otros chicos que en su rostro y su memoria han recuperado su derecho a ser humanos. Hoy respondemos también a la obligación de ser dueños de nuestras vidas, señores de un destino que no existe, sino en forma de voluntad y creación comunitaria. Hoy reivindicamos la calle como un espacio de protesta y construcción de alternativas. Hoy, existimos. Hoy, mañana. No debemos ceder ni cejar. No está en juego una alternancia partidista superflua, un intercambio de peones en máscara de explotadores, con titiriteros semi-ocultos. Está en juego la vida misma, y el derecho que tenemos de vivirla. ¡A luchar!

lunes, 4 de abril de 2011

De inmolados y mártires

Hemos perdido la cuenta de los muertos. Se dicen que son 30, 40 o 50 mil. Los desaparecidos, permanecen. Los jóvenes asesinados son transformados en criminales por acción de la propaganda oficial. Vivimos en una guerra que no pedimos, que no puede ser ganada, que no tiene justificación. Es la sima de la ineptitud gubernamental, de la dislocación de los intereses de los poderosos y los nuestros, los que caminamos, los mexicanos que sufren día a día su país.

Del sufrimiento parecía que no podríamos pasar a la acción. En largas conversaciones sobre Túnez y Mohamed Bouazizi, nos cuestionamos si en México hacía falta que alguien se inmolara para despertar. La respuesta evidente era: si ya son decenas de miles, qué puede cambiar uno más. Desesperanza, apatía, inmovilismo, y el país cayéndose a pedazos.

La semana pasada, en un lamentable suceso como tantos otros, murió asesinado el hijo del poeta Javier Sicilia, Juan Francisco (2 años menor que yo). El dolor del padre ha sabido llegar a todos. Leí, conmovido, como afirmaba que ahora todo joven caído, para él, se llamaba Juan Francisco Sicilia.

Javier ha sabido denunciar no sólo la violencia, sino las podridas entrañas de los gobernantes de este país, políticos y narcotraficantes. Sus cartas han recorrido las redes sociales, los medios de comunicación; han sido recorridas por nuestros ojos y han sido un catalizador para poner las cosas en marcha en este país.

Hoy corren por las redes sociales convocatorias a marchar el próximo miércoles a las 17 horas. En la ciudad de México, será de Bellas Artes al Zócalo. Aquí no hay detrás políticos delirantes, corruptos profesionales, fuerzas destructivas de la cohesión social y la vida cotidiana de este país. Detrás están los padres, las madres, los amigos de los muertos. Debemos estar nosotros también, potenciales blancos en una guerra que no tiene fin y que no respeta a nadie. Una guerra en la cual podemos convertirnos, en cualquier momento, en daños colaterales, en sicarios supuestos, en muertos dispensables en un delirio que tiene que terminar.

Las calles son del pueblo, no del ejército ni de los criminales, sean políticos o narcotraficantes. Es hora de retomarlas. Desde la calle podemos construir un proyecto político distinto, podemos construir una revolución popular. Los ejemplos en África parecen lejanos. Los inmolados no corresponden a nuestra realidad. La indignación, la frustración, la ira y la voluntad de cambio es idéntica. La hora ha llegado. Tenemos la obligación de ser valientes. Nuestros hermanos, amigos, hijos y padres muertos nos lo exigen. La vida, también.

miércoles, 30 de marzo de 2011

¿Y el título apa?

Ya está. Estoy titulado. 20 años de educación han dado frutos. En unos meses, podré orgullosamente recoger mi título y cédula profesional. ¿Para qué? No lo sé, espero que la respuesta llegue por si sola, aunque, la verdad, lo dudo mucho.

Licenciado en Relaciones Internacionales. Eso es lo que digo que soy, y cuando me preguntan qué sé hacer, la respuesta resulta ser ridícula. Recuerdo que mi buen amigo Pavel, haciendo labor comunitaria en la Sierra de Guerrero, fue igualmente cuestionado por los pobladores. ¿Qué sabes hacer?, dijeron. Leer y escribir, respondió. Risas y un "igual que nosotros" fue la únanime conclusión. No hubo ninguna mentira.

La realidad es que el título no dice nada. Sí, estudié relaciones internacionales, pero no ejerzo, y no estoy siquiera seguro de qué significa ejercer. Aprendí no un mapa curricular, sino lo que mis intereses, valores y capacidades permitieron. La universidad fue un rito de paso, una escuela alejada de la vida cotidiana, de la calle y el escritorio.

Creo que otra educación es necesaria. En mi caso, yo tengo que procurarmela. Sin embargo, dejar al individuo expuesto a los vaivenes del mundo laboral, sin las herramientas necesarias para poder actuar en él de forma que le sea benéfica, está lejos de ser la labor ideal de la escuela. Más, si han sido 20 años

viernes, 18 de marzo de 2011

Fiesta de farsantes de la espuma social

Ayer recordé a Babasónicos. Hace años solía escucharlos mucho, pero después salieron en EXA (supongo). Eso no es lo importante. Lo importante es contarles algo totalmente intrascendente, pero qué más da: es mi blog.

El título del blog es también la letra de una canción. Salió en la radio ayer por la mañana, mientras la escuela en la cual trabajo se preparaba para la gran inaguración de una exposición de diseño (en la que, ahora si, hay cosas buenas). En los días previos tuve que llamar a una serie de personajes mexicanos, todos ellos poderosos (aunque unos más que otros): Azcárragas, Burillos, Slim, Gil Díaz, etc. Elite económica e inmoral de esta nación. Gente que no hablaría conmigo, de no ser porque tenía la clave mágica para hacerlo: "hablo de parte de la Sra. Gina Diez Barroso".

El cocktail prometía, o nos prometieron que prometería. A las 6 no había más trabajo, todos esperaban. La escuela parecía un museo mal montado y la logística, antes inexistente, parecía comenzar a tomar fuerza. A las 645, subí. Era mi trabajo estar ahí. Llegó Diez Barroso. No sabía quién era yo ni que había usado su nombre libremente, que así pido pizzas ahora, esperando que tenga el mismo efecto que en Televisa. Fotos, flashes, pretención, snobismo. Me sentí incómodo, fuera de lugar.

En la salida me encontré a dos profesores, buenos amigos. Ni una palabra le dedicamos a esta gente de camino al metro. Mejor hablar sobre la vida, la calle, la luna, el sol, que estar dedicando el tiempo a farsantes adinerados, aunque ese, en verdad, sea mi trabajo.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El ave de mal agüero en la forma de un taxista bisexual

Ando titulándome. Eso explica mis ausencias de este espacio. Emoción, ansias y preocupación, sumadas a la necesidad de perseguir sinodales me ocupan día a día. Titularse, resulta, es un proceso que no únicamente exige compromiso intelectual, sino condición física (al menos en la UNAM).

Justo en esas andaba el lunes pasado. Viendo la hora, decidí tomar un taxi en Periférico y Desierto de los Leones. El taxista era amable, pero algo no cuadraba del todo. La plática pronto derivó a la homosexualidad. Me contó que el era muy liberal. Creía que el sexo era "rico" y no debía haber complicaciones. Estando yo de acuerdo, pronto el tema era poco polémico y cambió.

Me preguntó a dónde iba. Le conté que estaba próximo a ser mi examen profesional. Me felicitó. Siguió interrogándome sobre mi tema de tesis, mi facultad, mis aspiraciones a futuro y otros tantos lugares comunes. Me deseó suerte.

Resultaba que era él egresado de Administración de Empresas por la UNAM. En el 94, lo había perdido todo, un mes antes de su boda. Afortunadamente había invertido en taxis: tenía 5. Al principio, no manejaba, luego 3 horas, al final 12. Ya sólo tenía 3 coches. Sentenció al final: "ojalá que no te pase como yo, que terminé de taxista".

El silencio incómodo fue roto por la confesión buscada: "soy bisexual", dijo. Sin preguntarle me contó que era activo, que su esposa no sabía nada, que jamás la dejaría por otro (u otra), que el sexo debía disfrutarse, que las etiquetas no servían, que la educación hacia falta y que el estigma debía desaparecer. No pude sino asentir, al tiempo que le agradecía, le pagaba y corría para encontrarme con mis sinodales.

Espero no manejar un taxi, aunque siempre agradeceré encuentros interesantes como ese.

lunes, 28 de febrero de 2011

De trámites y encuentros fortuitos

Hoy de nuevo fui a Ciudad Universitaria. Iba determinado a conseguir tres sellos, tres sellos para liberarme, festejar y declarar cerrado un ciclo: el de la licenciatura. El primero de ellos fue fácil de conseguir. El octavo piso de la Biblioteca Central recibió mi tesis sin preguntar, sin chistar y sin joder. Parecía ir todo bien.

Después fui a la no-tan-ilustre Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Enclavada en un cerro lejano, pareciera aislada de toda grilla. Tal percepción es errónea. Para muestra, un pejelagarto. Hoy vi a Andrés Manuel, hablando de la necesidad de un Proyecto Alternativo de Nación (o eso dicen los diarios).

Pero yo no iba a escuchar a políticos delirantes, si bien hábiles, e incluso contestatarios. Una misión mucho más cercana a la tierra me llamaba: los dos sellos faltantes. Entré a la biblioteca decidido, para encontrarme con un grupo de trabajadores desayunando, o, como ellos le llaman: "se había caído el sistema." Mi paciencia y enojo triunfaron. Hablé con el coordinador. Dije palabras altísonantes (huevones). Al final, conseguí mi sello.

El tercero fue un fracaso. No tenía las fotos, los papeles, los documentos, ni nada. Tendré que volver el jueves. Así la vida, así las cosas.

El resto del día implicó lo usual: una silla, internet, nalgas sudadas.

Buen lunes!

lunes, 21 de febrero de 2011

Mentir o no mentir

Dilemas morales llenan mís días. ¿Dormir o no dormir? ¿Comer o no comer? ¿Cagar o no cagar?

Bueno, probablemente ninguno de esos es un problema moral, sino físico, pero ustedes entienden. El punto es que, diario, nos tenemos que enfrentar a decisiones que podemos catalogar, de manera burda, como buenas o malas.

A menudo esas decisiones son puramente internas, como el hecho de que yo trabaje en una escuela de paga, en la cual los alumnos enriquecen a los dueños, quienes, además, a mi no me dan nada.

Creo que sería un error seguir por este camino de amargas quejas de la condición proletaria. Mejor es hablar de sus pequeños gustos, de sus victorias pírricas (pero victorias, ¿no?). Una de ellas vino de una decisión que podría ser catalogada como mala: mentir.

Sabía que para conseguir los papeles que necesito para titularme tendría que faltar un día al trabajo. Sabía también que ese permiso no lo iba a conseguir; ya había sido amenazado: no habría más después del último.

No me gusta mentir. Mi madre en varias ocasiones me ha dicho que es necesario; el budismo dice también que si la intención es buena, la acción queda absuelta; Nietzsche destruyó la escala de valores occidental cristiana; Pam me animó a hacerlo, pero a mi no me gusta mentir.

Esta vez, algo cambió. Escribir blogs quejumbrosos no puede ser mi vida. Tenía que mentir para faltar, y tenía que faltar para progresar. Hubiera querido no hacerlo, pero eso estaba fuera de la discusión.

Puse mi cara de enfermo. No sé si me creyeron. Sé que me ayudaron. Los buenos amigos que tengo en el trabajo pusieron todo en la mesa para obtener el permiso para irme temprano. Unos tacos malos, una pizza vieja, todo se juntó para crear una diarrea imaginaria. Emprendí la fuga. Vi el sol temprano. Salí con mi novia, Pam.

Al día siguiente, seguí enfermo. Terminé mis trámites urgentes de la titulación. Cinco votos, todo en orden. Pronto seré licenciado. ¿Boleto de salida? Ya veremos. Por lo pronto, me siento más ligero, feliz, con todo y las mentiras.

lunes, 14 de febrero de 2011

En el metrobús

El viernes no fui a una fiesta. Vamos, no me tomé siquiera una chela. Ese día, lejos de pasarla con mi novia, mis amigos, mis primos o alguien cercano a mi edad, pasé la tarde-noche en Sanborn's con mi asesora de tesis. Omitiré su nombre, pero calcularé su edad: 80 años.

Siempre he llevado una buena relación con las mujeres mayores. Y no, nunca he sido prostituto. Era muy cercano a mi abuela, a sus primas y hermanas, escucha atento de sus viejas historias e interesado investigador de las antiguas costumbres.

El caso no es, sin embargo, contarles los temas políticos, sociológicos, psicológicos, filosóficos, etc. que ella y yo comentamos ese día. Este blog no está diseñado para curar el insomnio. Lo verdaderamente curioso sucedió en el metrobús.

Ahí tienen que me subí al metrobús en Chilpancingo (no la horrenda capital del estado de Guerrero, por fortuna). Relativamente cómodo viajé hasta Doctor Gálvez. Ahí, por fuerza, tuve que cambiar de vehículo. En el nuevo metrobús iba, digamos, un poco más apretado. Gran parte del espacio lo ocupaba una silla de ruedas. Encima de ella viajaba una pierna rota, con tornillos, que pertenecía a un hombre que manoteaba, reía, bromeaba y platicaba animado con su acompañante. Supuse que era simpático, pues el grupo de albañiles que viajaba junto a él estaba también riendo.

Perdido en la música que salía de mis audifonos, no le presté mucha atención. De pronto, al levantar la vista, vi que los albañiles se miraban incrédulos. Sus miradas se dirigían al hombre de la pierna rota, y así lo hizo la mía también.

De su bolsa salió un papel. Lo desdobló. Miró su contenido y agilmente inhaló. De pronto, su intranquilidad, sociabilidad y excesiva energía (sobre todo para alguien con la pierna así de rota) tuvo sentido. El cabrón venía dándose unas líneas de coca.

Se bajó en la misma estación que yo, y me usó como barandal. Me quedé sin saber si reir, llorar o pedirle un pase. Preferí no hacer nada y comerme unas flautas de pollo, acompañado de mi asesora, mientras pensaba hacia dónde carajos va la humanidad.

viernes, 11 de febrero de 2011

Mala onda, buena onda

Mala onda:

1. Quiero escribir una crónica de mi día, pero no puedo pasar de una línea
2. Redacto una carta en la cual propongo modificar mi puesto (y salario). La hago intentando ser moderado. Se la enseño a una compañera de trabajo, norteña (no de Satélite, sino de Juárez) y me dice: "Como que traes muy arriba el pedo crítico, ¿no? Se nota que eres de Políticas."
3. Tengo una glándula salival tapada. Me tuvieron que inyectar.

Buena onda:

1. ¡Es viernes!

jueves, 10 de febrero de 2011

Día atípico

Hoy por la mañana, en lugar de dirigirme a mi escritorio, verdadero hogar de mi culo y mi respiración, fui a mi alma mater , la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Tras unas horas de tramites, que no vienen al caso pues este blog no es sobre la oscura ciencia de la tramitología, volví a esta su humilde silla de oficina.

Rutinariamente abrí conocido navegador de internet. La primera página: mi correo personal; la segunda: el del trabajo; la tercera: La Jornada. Me sorprendió la nota en la plana principal: Al-Qaeda "podría" tener vínculos con Los Zetas; reverenda mamada dicha por Janet Napolitano.

Acompañando a esta dulce nota venían otras, no menos incendiarias. Estados Unidos y sus cónsules fungiendo más como Roma y sus procónsules. Wikileaks otorgaba miles de cables a La Jornada, que los pone en primera plana; Reforma tiene a un enanito montado en un pony (Calderón)y El Universal presenta una imagen similar.

Pensé que en las redes sociales encontraría una discusión airada, un interés masivo en los asuntos mexicanos, pero no: Lorena Herrera está en trending topic de twitter. Al parecer, es más importante el affaire Top Gear.

¡¿Qué viva México?!

martes, 8 de febrero de 2011

Mensajes desde el subconciente

Domingo por la noche, Valle de Bravo. En teoría, disfruto de un puente lejos del trabajo, de la rutina, del aburrimiento cotidiano y de la aberración de un empleo sin futuro.

Sueño. Algo grandioso sucede ahí. Estoy en un lugar que no parece ser una oficina, pero lo es. Mis jefes y empleadores están sentados frente a mi. Los miro de frente y suelto la noticia anhelada: renuncio. Sus caras de incredulidad sólo sirven para reafirmar mi decisión y la alegría que viene con ella.

Sigo soñando. Salgo de mi antiguo trabajo con una sonrisa y la frente en alto. Nada me preocupa, pues he ideado el plan perfecto para vivir bien sin jamás pisar una oficina.

Despierto. Recuerdo minuciosamente cada parte de mi sueño, excepto el secreto del autoempleo. Ni pedo. A seguir buscando.

(Nota mental: olvídate un poco del trabajo, soñar con él no puede hacerte algo más que mal, mucho mal).

jueves, 3 de febrero de 2011

Escribiendo ensayos, pienso.

Trabajo en una escuela y no, no doy clases. Supongo que a través de las entradas que haga en este espacio se podrán dar cuenta de qué es lo que hago, así que no lo haré ahora y mantendré el gran suspenso por un tiempo más.

En esta escuela, como en otras, llegan invitaciones, convocatorias y demás eventos que, siendo sinceros, rara vez me interesan. Hace poco esto cambió. Un feo cartel convocando a escribir un ensayo estuvo sentado junto a mi por horas, mientras yo pensaba en escribir o no escribir.

Me di cuenta que pocos alumnos -al menos de los que conozco- saben qué carajos es la ortografía. Supuse que tenía una ventaja sobre ellos. Leer tantos libros al menos me dejo eso. Escribo hermosos oficios y anuncios de cancelaciones de clase impecables.

Escribir un ensayo es otra cosa. Y si, he escrito muchos en mi vida. Sin embargo, el tema esta vez era particularmente complicado: la libertad. ¿Cómo escribir sobre la libertad con el culo pegado a una silla?

La respuesta: no lo sé, pero al menos estoy intentando.

Había una vez...

Había una vez un estudiante. Sueños de grandes cambios, revoluciones sociales y un mundo mejor ocupaban su mente. Tenía tiempo suficiente para leer, escribir, aprender; rara vez aplicaba todo esto en algo material. Tenía también un blog, donde filosofaba, pensaba, invitaba a la rebelión y propagaba (limitadamente) demás dulces y bellas ideas. Un día, algo terrible sucedió: entró a trabajar. Hoy, escribe este blog, como un asalariado más, intentando averiguar a través de la catársis si esos sueños siguen aquí, si ya está comatoso, o murió sin darse cuenta. Toda ayuda será bien recibida.