lunes, 2 de mayo de 2011

No hay dinero, dicen.

El viernes pasado corría un rumor por la oficina: no había dinero para pagarnos. Sin eterme en los particulares de quién dijo qué y cuántos miles de pesos faltaban, la cosa se veía difícil. Ese día, más tarde, tendríamos una junta. Yo iba dispuesto a quejarme, organizar a mis compañeros y parar la escuela si era necesario, todo con tal de que respetaran el tan famoso contrato de trabajo.

Al final, no fue necesario. En la misma junta nos fue dicha "la verdad": la nómina se pagaría, aunque había sido difícil. Nos pidieron mesura en los gastos, paciencia en las adquisiciones. Nos dijeron, sin palabras: ni se les ocurra pedir un aumento.

Hoy, lunes, llegué para encontrarme que están colocando al menos una docena de plasmas para una exposición. Me entero, también, que una empleada de alto rango aquí gana en una quincena lo que yo en seis meses por concepto de asesorías: yo nunca la he visto en clase. El asunto no parece ser que no alcance del dinero, sino que los empleados estamos en de últimos en la lista de prioridades de esta empresa. Qué otra cosa podría esperar, cuando la directora general de una escuela dice, con austriaco acento: recuerden que aquí todo se trata del dinero.