lunes, 28 de febrero de 2011

De trámites y encuentros fortuitos

Hoy de nuevo fui a Ciudad Universitaria. Iba determinado a conseguir tres sellos, tres sellos para liberarme, festejar y declarar cerrado un ciclo: el de la licenciatura. El primero de ellos fue fácil de conseguir. El octavo piso de la Biblioteca Central recibió mi tesis sin preguntar, sin chistar y sin joder. Parecía ir todo bien.

Después fui a la no-tan-ilustre Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Enclavada en un cerro lejano, pareciera aislada de toda grilla. Tal percepción es errónea. Para muestra, un pejelagarto. Hoy vi a Andrés Manuel, hablando de la necesidad de un Proyecto Alternativo de Nación (o eso dicen los diarios).

Pero yo no iba a escuchar a políticos delirantes, si bien hábiles, e incluso contestatarios. Una misión mucho más cercana a la tierra me llamaba: los dos sellos faltantes. Entré a la biblioteca decidido, para encontrarme con un grupo de trabajadores desayunando, o, como ellos le llaman: "se había caído el sistema." Mi paciencia y enojo triunfaron. Hablé con el coordinador. Dije palabras altísonantes (huevones). Al final, conseguí mi sello.

El tercero fue un fracaso. No tenía las fotos, los papeles, los documentos, ni nada. Tendré que volver el jueves. Así la vida, así las cosas.

El resto del día implicó lo usual: una silla, internet, nalgas sudadas.

Buen lunes!

lunes, 21 de febrero de 2011

Mentir o no mentir

Dilemas morales llenan mís días. ¿Dormir o no dormir? ¿Comer o no comer? ¿Cagar o no cagar?

Bueno, probablemente ninguno de esos es un problema moral, sino físico, pero ustedes entienden. El punto es que, diario, nos tenemos que enfrentar a decisiones que podemos catalogar, de manera burda, como buenas o malas.

A menudo esas decisiones son puramente internas, como el hecho de que yo trabaje en una escuela de paga, en la cual los alumnos enriquecen a los dueños, quienes, además, a mi no me dan nada.

Creo que sería un error seguir por este camino de amargas quejas de la condición proletaria. Mejor es hablar de sus pequeños gustos, de sus victorias pírricas (pero victorias, ¿no?). Una de ellas vino de una decisión que podría ser catalogada como mala: mentir.

Sabía que para conseguir los papeles que necesito para titularme tendría que faltar un día al trabajo. Sabía también que ese permiso no lo iba a conseguir; ya había sido amenazado: no habría más después del último.

No me gusta mentir. Mi madre en varias ocasiones me ha dicho que es necesario; el budismo dice también que si la intención es buena, la acción queda absuelta; Nietzsche destruyó la escala de valores occidental cristiana; Pam me animó a hacerlo, pero a mi no me gusta mentir.

Esta vez, algo cambió. Escribir blogs quejumbrosos no puede ser mi vida. Tenía que mentir para faltar, y tenía que faltar para progresar. Hubiera querido no hacerlo, pero eso estaba fuera de la discusión.

Puse mi cara de enfermo. No sé si me creyeron. Sé que me ayudaron. Los buenos amigos que tengo en el trabajo pusieron todo en la mesa para obtener el permiso para irme temprano. Unos tacos malos, una pizza vieja, todo se juntó para crear una diarrea imaginaria. Emprendí la fuga. Vi el sol temprano. Salí con mi novia, Pam.

Al día siguiente, seguí enfermo. Terminé mis trámites urgentes de la titulación. Cinco votos, todo en orden. Pronto seré licenciado. ¿Boleto de salida? Ya veremos. Por lo pronto, me siento más ligero, feliz, con todo y las mentiras.

lunes, 14 de febrero de 2011

En el metrobús

El viernes no fui a una fiesta. Vamos, no me tomé siquiera una chela. Ese día, lejos de pasarla con mi novia, mis amigos, mis primos o alguien cercano a mi edad, pasé la tarde-noche en Sanborn's con mi asesora de tesis. Omitiré su nombre, pero calcularé su edad: 80 años.

Siempre he llevado una buena relación con las mujeres mayores. Y no, nunca he sido prostituto. Era muy cercano a mi abuela, a sus primas y hermanas, escucha atento de sus viejas historias e interesado investigador de las antiguas costumbres.

El caso no es, sin embargo, contarles los temas políticos, sociológicos, psicológicos, filosóficos, etc. que ella y yo comentamos ese día. Este blog no está diseñado para curar el insomnio. Lo verdaderamente curioso sucedió en el metrobús.

Ahí tienen que me subí al metrobús en Chilpancingo (no la horrenda capital del estado de Guerrero, por fortuna). Relativamente cómodo viajé hasta Doctor Gálvez. Ahí, por fuerza, tuve que cambiar de vehículo. En el nuevo metrobús iba, digamos, un poco más apretado. Gran parte del espacio lo ocupaba una silla de ruedas. Encima de ella viajaba una pierna rota, con tornillos, que pertenecía a un hombre que manoteaba, reía, bromeaba y platicaba animado con su acompañante. Supuse que era simpático, pues el grupo de albañiles que viajaba junto a él estaba también riendo.

Perdido en la música que salía de mis audifonos, no le presté mucha atención. De pronto, al levantar la vista, vi que los albañiles se miraban incrédulos. Sus miradas se dirigían al hombre de la pierna rota, y así lo hizo la mía también.

De su bolsa salió un papel. Lo desdobló. Miró su contenido y agilmente inhaló. De pronto, su intranquilidad, sociabilidad y excesiva energía (sobre todo para alguien con la pierna así de rota) tuvo sentido. El cabrón venía dándose unas líneas de coca.

Se bajó en la misma estación que yo, y me usó como barandal. Me quedé sin saber si reir, llorar o pedirle un pase. Preferí no hacer nada y comerme unas flautas de pollo, acompañado de mi asesora, mientras pensaba hacia dónde carajos va la humanidad.

viernes, 11 de febrero de 2011

Mala onda, buena onda

Mala onda:

1. Quiero escribir una crónica de mi día, pero no puedo pasar de una línea
2. Redacto una carta en la cual propongo modificar mi puesto (y salario). La hago intentando ser moderado. Se la enseño a una compañera de trabajo, norteña (no de Satélite, sino de Juárez) y me dice: "Como que traes muy arriba el pedo crítico, ¿no? Se nota que eres de Políticas."
3. Tengo una glándula salival tapada. Me tuvieron que inyectar.

Buena onda:

1. ¡Es viernes!

jueves, 10 de febrero de 2011

Día atípico

Hoy por la mañana, en lugar de dirigirme a mi escritorio, verdadero hogar de mi culo y mi respiración, fui a mi alma mater , la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Tras unas horas de tramites, que no vienen al caso pues este blog no es sobre la oscura ciencia de la tramitología, volví a esta su humilde silla de oficina.

Rutinariamente abrí conocido navegador de internet. La primera página: mi correo personal; la segunda: el del trabajo; la tercera: La Jornada. Me sorprendió la nota en la plana principal: Al-Qaeda "podría" tener vínculos con Los Zetas; reverenda mamada dicha por Janet Napolitano.

Acompañando a esta dulce nota venían otras, no menos incendiarias. Estados Unidos y sus cónsules fungiendo más como Roma y sus procónsules. Wikileaks otorgaba miles de cables a La Jornada, que los pone en primera plana; Reforma tiene a un enanito montado en un pony (Calderón)y El Universal presenta una imagen similar.

Pensé que en las redes sociales encontraría una discusión airada, un interés masivo en los asuntos mexicanos, pero no: Lorena Herrera está en trending topic de twitter. Al parecer, es más importante el affaire Top Gear.

¡¿Qué viva México?!

martes, 8 de febrero de 2011

Mensajes desde el subconciente

Domingo por la noche, Valle de Bravo. En teoría, disfruto de un puente lejos del trabajo, de la rutina, del aburrimiento cotidiano y de la aberración de un empleo sin futuro.

Sueño. Algo grandioso sucede ahí. Estoy en un lugar que no parece ser una oficina, pero lo es. Mis jefes y empleadores están sentados frente a mi. Los miro de frente y suelto la noticia anhelada: renuncio. Sus caras de incredulidad sólo sirven para reafirmar mi decisión y la alegría que viene con ella.

Sigo soñando. Salgo de mi antiguo trabajo con una sonrisa y la frente en alto. Nada me preocupa, pues he ideado el plan perfecto para vivir bien sin jamás pisar una oficina.

Despierto. Recuerdo minuciosamente cada parte de mi sueño, excepto el secreto del autoempleo. Ni pedo. A seguir buscando.

(Nota mental: olvídate un poco del trabajo, soñar con él no puede hacerte algo más que mal, mucho mal).

jueves, 3 de febrero de 2011

Escribiendo ensayos, pienso.

Trabajo en una escuela y no, no doy clases. Supongo que a través de las entradas que haga en este espacio se podrán dar cuenta de qué es lo que hago, así que no lo haré ahora y mantendré el gran suspenso por un tiempo más.

En esta escuela, como en otras, llegan invitaciones, convocatorias y demás eventos que, siendo sinceros, rara vez me interesan. Hace poco esto cambió. Un feo cartel convocando a escribir un ensayo estuvo sentado junto a mi por horas, mientras yo pensaba en escribir o no escribir.

Me di cuenta que pocos alumnos -al menos de los que conozco- saben qué carajos es la ortografía. Supuse que tenía una ventaja sobre ellos. Leer tantos libros al menos me dejo eso. Escribo hermosos oficios y anuncios de cancelaciones de clase impecables.

Escribir un ensayo es otra cosa. Y si, he escrito muchos en mi vida. Sin embargo, el tema esta vez era particularmente complicado: la libertad. ¿Cómo escribir sobre la libertad con el culo pegado a una silla?

La respuesta: no lo sé, pero al menos estoy intentando.

Había una vez...

Había una vez un estudiante. Sueños de grandes cambios, revoluciones sociales y un mundo mejor ocupaban su mente. Tenía tiempo suficiente para leer, escribir, aprender; rara vez aplicaba todo esto en algo material. Tenía también un blog, donde filosofaba, pensaba, invitaba a la rebelión y propagaba (limitadamente) demás dulces y bellas ideas. Un día, algo terrible sucedió: entró a trabajar. Hoy, escribe este blog, como un asalariado más, intentando averiguar a través de la catársis si esos sueños siguen aquí, si ya está comatoso, o murió sin darse cuenta. Toda ayuda será bien recibida.