jueves, 14 de abril de 2011

El discreto placer de renunciar

Hace dos semanas supe que tenía un par de exámenes en la Secretaría de Energía. No es secreto para nadie que he estado buscando trabajo desde el día que comencé con este. Mis búsquedas, eso si, siempre habían sido limitadas, tibias. Estaban destinadas al fracaso desde el inicio. Esta vez, las cosas eran distintas. No sé si es mi hartazgo, mi desesperación, mi voluntad o todo junto, pero he decidido hacer que las cosas cambien.

Paso 1: avisar, sinceramente, porque llegaría tarde. Paso 2: aún desconocido.

Llegué, armado de Verdad, con mi jefa. Le dije, seco: "Mañana tengo un par de exámenes en la Secretaría de Energía, y tengo que llegar tarde."

Me miró desconcertada, su mandíbula se endureció, su piel blanca se volvió rosa claro, no llegó a rojo. "Pues entonces creo que aquí se termina la relación laboral, ¿no?", respondió, sin piedad.

Lo que yo dije no lo esperaba ella, ni yo, ni ningún supuesto tercero en escena: "Bueno, creo que es lo justo, pero mejor esperamos al viernes (15), para que me paguen la quincena completa; tengo muchos gastos.".

Apenas pronuncié las palabras y sentí una liberación. El ambiente pasó de tenso a relajado, fluido, libre. Aflojé las piernas. Me estiré en el asiento. Recuperé la opinión propia. Dije lo que pensaba. Maticé las partes duras y endurecí las partes blandas. Todo bien. Sentía ganas de gritar, brincar, sonreir, cantar, destapar una chela en sustitución de la champagne. No se pudo. Mi desparpajo sustituyó todo en mi breve pero satisfactoria reunión de renuncia.

Al final, no me fui el 15 de abril. Sigo aquí. La idea es llegar hasta el 15 de junio, terminar el semestre en paz. Todos contentos.

Todavía no tengo otro trabajo, pero estoy buscando. Es hora de un buen cambio.

lunes, 11 de abril de 2011

Twitter y la pretención

Si un país fuera medido por sus Trending Topics de Twitter, México quedaría catalogado como una nación de ignorantes pretenciosos. Hoy, 11 de abril, encontré uno que me parece particularmente indicativo de cómo funciona la mente del clasemediero promedio nacional: #eresdeclasebaja.

Sí, podría resultar indignante. También podría resultar irrelevante. La realidad es que es patético. No sólo exponiendo un profundo desconocimiento de lo que la palabra "clase" unida a "baja" significa, sino asumiendo una posición de inexplicable superioridad, una gran cantidad de mexicanos repiten sin cesar algo que les hace sentir superiores.

¿Podemos culparlos, culparnos? ¿No hemos sido educados permanentemente para repetir? La escuela se basa en memorizar y repetir, la televisión es una sucesión eterna de refritos sin imaginación, las pláticas de sobremesa son la oportunidad perfecta para mostrar qué tan buen borrego se es. ¿Por qué podría sorprenderme Twitter?

Internet, con todas las herramientas que ha desarrollado en su dinámica, es potencialmente creativo. Los teóricos dicen que ahí podrían suceder explosiones democráticas. Egipto y Túnez fueron dos ejemplos breves de organización esporádica a través de redes sociales. En nuestro país, azotado por la violencia, la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades, lo mejor que se nos ocurre es "señalar" a la gente de clase baja. Consuelo de tontos, felicidad de ignorantes.

Si México fuera medido por sus contenidos en redes sociales, tendríamos una imagen bastante certera de su realidad (al menos para el sector social que representa). Es un país de ignorantes, de mentalidad colonizada, que proyecta inconsciente su inferioridad en la discriminación racial y socioeconómica que ejecuta a diario. Sólo en México los nacos existen, sólo un imaginario colectivo afectado por el profundo trauma de la colonización y la servidumbre podría vivir con ello.

Los culpables, se ríen. Los responsables no twittean esas cosas. Emilio Azcárraga no maneja siquiera su cuenta. A Ricardo Salinas Pliego no le interesa saber qué pasa si fuera de clase baja. Su negocio es otro. El lucro mediante la idiotización colectiva no es una idea que provenga de una teoría de la conspiración sin fundamentos, es real.

Pero la ignorancia, la repetición, el ciego seguir a las masas, no son destino, sino elección. Elige apagar la tele, elige pensar por ti mismo, elige informarte. Elige hablar, opinar, pensar, criticar, y, a partir de ahí, construir. Acepta las consecuencias de tus decisiones.

miércoles, 6 de abril de 2011

Vivo

Sí, estoy vivo y luchando.

Del hartazgo a la acción

Hace 5 años este país se vio inmerso en una encrucijada política. Unas elecciones obscuras y polémicas llevaron a una toma de posesión evasiva, casi temerosa. El recién ungido presidente de México, Felipe Calderón, no mostró nada nuevo. Desarrolló el mismo discurso maniqueo que había utilizado en toda su campaña. La política era mostrada como una cuestión de buenos contra malos, de peligros para México, de enemigos perversos y que, por lo tanto habían de ser derrotados.

Hoy ya no puedo recordar todo lo que ha sucedido. En 5 años pasé de ser un joven estudiante, a desempleado, a subempleado, a simplemente empleado. Ante mis ojos han ido sumándose agravios contra este país, han ido diluyéndose las ya endebles esperanzas de un futuro, cualquiera que este sea.

En medio de toda esta desesperanza del porvenir, de toda inseguridad sobre el devenir, se coloca la omnipresencia de la muerte. No solamente en lo retórico vemos las cosas fenecer; también los cadáveres adornan fúnebres las calles, las portadas de los diarios, los horarios estelares en la televisión. La sangre se seca en el pavimento y nuestra mente pierde la capacidad de indignarse, de conmoverse, de exigir un alto a este violento circo rutinario de la muerte.

En un país agobiado por las balas y los cuchillos que transgreden toda piel, el inmovilismo sorprende. No ha bastado la pauperización constante, la hipoteca del futuro colectivo en préstamos del Fondo Monetario Internacional y la apropiación monopólica de los bienes comunes para despertar a una población sedada. Hasta hoy, la violencia se ha sumado a los agravios que han sido inflingidos, a la tragedia de la cotidianeidad del mexicano.

Los jóvenes no estamos exentos de ello. En el lugar en el cual las esperanzas del futuro suelen colocarse, parece no existir siquiera la voluntad del presente. Se vive en un estado comatoso, se deambula por la vida como si las cosas nos sucedieran, sin reconocer el poder de moldear –crear- la realidad que vivimos. Los jóvenes, despolitizados y apáticos, discuten ampliamente la televisión, la música pop, la vida de los otros, aquellos entronizados por los medios masivos de comunicación y el aparato ideológico del espectáculo.

Otras discusiones son necesarias y posibles, y así suceden. Amplios sectores sociales observan los conflictos de este país y trabajan por un cambio. Sin embargo, toda alteración del status quo representa una amenaza para los poderosos. En un endeble equilibrio, que se sostiene con propaganda y violencia generalizada, todo movimiento puede ser el que desencadene la caída de un régimen que no responde a nadie más que a sí mismo. Los que se mueven, proponen, critican y actúan se convierten, inexorablemente, en parte del problema. Los que no tienen esperanza, los que deliran con la conspiración, los que no son capaces de construir un México idéntico a través de placebos ideológicos como Iniciativa México.


Los medios masivos buscan decirnos qué saber, qué pensar, cómo y cuándo hacerlo. En aras de tal control firman acuerdos que no se pueden cumplir. Se autocensuran y pretenden hacernos creer que es por nuestro bien, como si necesitáramos de su magnánimo cuidado, de su inmaculada percepción de la moral y las buenas costumbres para conducirnos con rectitud en las vidas que ellos ya gobiernan, controlan y dominan con su poderío económico y político.

Con retórica soez, pero constante, nos dicen que todo marcha bien, que nos recuperamos en lo económico, que mejoramos en lo social, que florecemos en lo cultural. Nos dicen, idiotas, que la violencia es culpa de los violentos. Dividen nuestra realidad en buenos y malos, como si la bondad y la maldad no fueran valores creados, situaciones impuestas, conceptos vacíos que buscar ser llenados a través de un proceso de constante ideologización.

Ocultan (o pretenden ocultar) la realidad. Pero lo que es evidente no puede ser negado por siempre. No pueden impedirnos saber que este gobierno no es nuestro, que sus intereses no son los nuestros, que, aún dentro de la magnífica diversidad de México, los gobernantes no le representan, no le comprenden. La invisibilidad de los muertos, hambrientos, desempleados; su trivialización, su conversión en estadísticas y datos sin nombres les dan paz de mente y libertad de lucro.

Hay humanidad detrás de todo esto. Mejor. Hay una deshumanización detrás de todo esto. Sí, es verdad que vivimos, sufrimos y tememos constantemente por una guerra que no hemos pedido. Es cierto también que son los Estados Unidos quienes defienden su interés con nuestros muertos, con nuestra sangre, con nuestra cotidiana paranoia. Es verdadero que nuestros gobernantes son sus lacayos, serviles funcionarios, gerentes del poder global, administradores de su bonanza y nuestra miseria, de su vida y nuestra muerte. Pero es más cierto que cada muerto tiene nombre y apellido, madre y padre, hijos, hermanos, amigos. Es cierto que todos somos uno, que este agravio contra la vida es uno contra nuestra vida.

Hoy pareciera que nos hemos comenzado a mover. La valentía de un padre en duelo, su dolor innombrable, el asesinato de su espíritu, acontecido al mismo tiempo que el biológico perpetrado a su hijo, ha conseguido no sólo conmovernos, sino movernos. A Javier Sicilia respondemos hoy, pero también a Juan Francisco, y a todos los otros chicos que en su rostro y su memoria han recuperado su derecho a ser humanos. Hoy respondemos también a la obligación de ser dueños de nuestras vidas, señores de un destino que no existe, sino en forma de voluntad y creación comunitaria. Hoy reivindicamos la calle como un espacio de protesta y construcción de alternativas. Hoy, existimos. Hoy, mañana. No debemos ceder ni cejar. No está en juego una alternancia partidista superflua, un intercambio de peones en máscara de explotadores, con titiriteros semi-ocultos. Está en juego la vida misma, y el derecho que tenemos de vivirla. ¡A luchar!

lunes, 4 de abril de 2011

De inmolados y mártires

Hemos perdido la cuenta de los muertos. Se dicen que son 30, 40 o 50 mil. Los desaparecidos, permanecen. Los jóvenes asesinados son transformados en criminales por acción de la propaganda oficial. Vivimos en una guerra que no pedimos, que no puede ser ganada, que no tiene justificación. Es la sima de la ineptitud gubernamental, de la dislocación de los intereses de los poderosos y los nuestros, los que caminamos, los mexicanos que sufren día a día su país.

Del sufrimiento parecía que no podríamos pasar a la acción. En largas conversaciones sobre Túnez y Mohamed Bouazizi, nos cuestionamos si en México hacía falta que alguien se inmolara para despertar. La respuesta evidente era: si ya son decenas de miles, qué puede cambiar uno más. Desesperanza, apatía, inmovilismo, y el país cayéndose a pedazos.

La semana pasada, en un lamentable suceso como tantos otros, murió asesinado el hijo del poeta Javier Sicilia, Juan Francisco (2 años menor que yo). El dolor del padre ha sabido llegar a todos. Leí, conmovido, como afirmaba que ahora todo joven caído, para él, se llamaba Juan Francisco Sicilia.

Javier ha sabido denunciar no sólo la violencia, sino las podridas entrañas de los gobernantes de este país, políticos y narcotraficantes. Sus cartas han recorrido las redes sociales, los medios de comunicación; han sido recorridas por nuestros ojos y han sido un catalizador para poner las cosas en marcha en este país.

Hoy corren por las redes sociales convocatorias a marchar el próximo miércoles a las 17 horas. En la ciudad de México, será de Bellas Artes al Zócalo. Aquí no hay detrás políticos delirantes, corruptos profesionales, fuerzas destructivas de la cohesión social y la vida cotidiana de este país. Detrás están los padres, las madres, los amigos de los muertos. Debemos estar nosotros también, potenciales blancos en una guerra que no tiene fin y que no respeta a nadie. Una guerra en la cual podemos convertirnos, en cualquier momento, en daños colaterales, en sicarios supuestos, en muertos dispensables en un delirio que tiene que terminar.

Las calles son del pueblo, no del ejército ni de los criminales, sean políticos o narcotraficantes. Es hora de retomarlas. Desde la calle podemos construir un proyecto político distinto, podemos construir una revolución popular. Los ejemplos en África parecen lejanos. Los inmolados no corresponden a nuestra realidad. La indignación, la frustración, la ira y la voluntad de cambio es idéntica. La hora ha llegado. Tenemos la obligación de ser valientes. Nuestros hermanos, amigos, hijos y padres muertos nos lo exigen. La vida, también.