miércoles, 30 de marzo de 2011

¿Y el título apa?

Ya está. Estoy titulado. 20 años de educación han dado frutos. En unos meses, podré orgullosamente recoger mi título y cédula profesional. ¿Para qué? No lo sé, espero que la respuesta llegue por si sola, aunque, la verdad, lo dudo mucho.

Licenciado en Relaciones Internacionales. Eso es lo que digo que soy, y cuando me preguntan qué sé hacer, la respuesta resulta ser ridícula. Recuerdo que mi buen amigo Pavel, haciendo labor comunitaria en la Sierra de Guerrero, fue igualmente cuestionado por los pobladores. ¿Qué sabes hacer?, dijeron. Leer y escribir, respondió. Risas y un "igual que nosotros" fue la únanime conclusión. No hubo ninguna mentira.

La realidad es que el título no dice nada. Sí, estudié relaciones internacionales, pero no ejerzo, y no estoy siquiera seguro de qué significa ejercer. Aprendí no un mapa curricular, sino lo que mis intereses, valores y capacidades permitieron. La universidad fue un rito de paso, una escuela alejada de la vida cotidiana, de la calle y el escritorio.

Creo que otra educación es necesaria. En mi caso, yo tengo que procurarmela. Sin embargo, dejar al individuo expuesto a los vaivenes del mundo laboral, sin las herramientas necesarias para poder actuar en él de forma que le sea benéfica, está lejos de ser la labor ideal de la escuela. Más, si han sido 20 años

viernes, 18 de marzo de 2011

Fiesta de farsantes de la espuma social

Ayer recordé a Babasónicos. Hace años solía escucharlos mucho, pero después salieron en EXA (supongo). Eso no es lo importante. Lo importante es contarles algo totalmente intrascendente, pero qué más da: es mi blog.

El título del blog es también la letra de una canción. Salió en la radio ayer por la mañana, mientras la escuela en la cual trabajo se preparaba para la gran inaguración de una exposición de diseño (en la que, ahora si, hay cosas buenas). En los días previos tuve que llamar a una serie de personajes mexicanos, todos ellos poderosos (aunque unos más que otros): Azcárragas, Burillos, Slim, Gil Díaz, etc. Elite económica e inmoral de esta nación. Gente que no hablaría conmigo, de no ser porque tenía la clave mágica para hacerlo: "hablo de parte de la Sra. Gina Diez Barroso".

El cocktail prometía, o nos prometieron que prometería. A las 6 no había más trabajo, todos esperaban. La escuela parecía un museo mal montado y la logística, antes inexistente, parecía comenzar a tomar fuerza. A las 645, subí. Era mi trabajo estar ahí. Llegó Diez Barroso. No sabía quién era yo ni que había usado su nombre libremente, que así pido pizzas ahora, esperando que tenga el mismo efecto que en Televisa. Fotos, flashes, pretención, snobismo. Me sentí incómodo, fuera de lugar.

En la salida me encontré a dos profesores, buenos amigos. Ni una palabra le dedicamos a esta gente de camino al metro. Mejor hablar sobre la vida, la calle, la luna, el sol, que estar dedicando el tiempo a farsantes adinerados, aunque ese, en verdad, sea mi trabajo.

miércoles, 9 de marzo de 2011

El ave de mal agüero en la forma de un taxista bisexual

Ando titulándome. Eso explica mis ausencias de este espacio. Emoción, ansias y preocupación, sumadas a la necesidad de perseguir sinodales me ocupan día a día. Titularse, resulta, es un proceso que no únicamente exige compromiso intelectual, sino condición física (al menos en la UNAM).

Justo en esas andaba el lunes pasado. Viendo la hora, decidí tomar un taxi en Periférico y Desierto de los Leones. El taxista era amable, pero algo no cuadraba del todo. La plática pronto derivó a la homosexualidad. Me contó que el era muy liberal. Creía que el sexo era "rico" y no debía haber complicaciones. Estando yo de acuerdo, pronto el tema era poco polémico y cambió.

Me preguntó a dónde iba. Le conté que estaba próximo a ser mi examen profesional. Me felicitó. Siguió interrogándome sobre mi tema de tesis, mi facultad, mis aspiraciones a futuro y otros tantos lugares comunes. Me deseó suerte.

Resultaba que era él egresado de Administración de Empresas por la UNAM. En el 94, lo había perdido todo, un mes antes de su boda. Afortunadamente había invertido en taxis: tenía 5. Al principio, no manejaba, luego 3 horas, al final 12. Ya sólo tenía 3 coches. Sentenció al final: "ojalá que no te pase como yo, que terminé de taxista".

El silencio incómodo fue roto por la confesión buscada: "soy bisexual", dijo. Sin preguntarle me contó que era activo, que su esposa no sabía nada, que jamás la dejaría por otro (u otra), que el sexo debía disfrutarse, que las etiquetas no servían, que la educación hacia falta y que el estigma debía desaparecer. No pude sino asentir, al tiempo que le agradecía, le pagaba y corría para encontrarme con mis sinodales.

Espero no manejar un taxi, aunque siempre agradeceré encuentros interesantes como ese.